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Paz Bardi no pinta lo que ve, sino que pinta para ver. Su gesto pictórico es existencia, una forma de sobrevivir, un cuestionar el mundo que no intenta dar con respuestas aleccionadoras. En su obra, materia y expresión se afirman de modo contundente y sin embargo, lo inquietante se desliza a cada oportunidad. Es el sutil juego de tensiones que se despliega a lo largo del repertorio, lo que hace de estos retratos una obra cautivante, que atrapa la mirada del espectador y la retiene.

Bardi trabaja al filo del abismo, sus obras captan el preciso instante donde todo puede suceder. Habitan en la dicotomía entre lo espontaneo de un recorte fotográfico y la evidencia del artificio pictórico, la materia, la pincelada. Del mismo modo, el conflicto no cede ante las grandes figuras humanas y un fondo que se rehúsa a mantenerse neutro y anodino. Es allí, en un marco de familiaridad, donde Bardi introduce pequeños gestos que rompen con la aparente calma de lo cotidiano. Una nota de color inesperada, una mano en torsión, una mirada que interpela y cuestiona, que devela una cierta profundidad psicológica antes de levantar un alto muro. Así emerge lo extraño entre lo familiar, una tensión que no quiere marcharse, el dinamismo de lo que puede suceder.

Con una mirada antropológica, Bardi se coloca al margen de la escena. El baile funciona como una metáfora doble, por un lado es la soledad acompañada en la que discurren los días más ordinarios, por otro, el puente que aún puede tenderse, el paso necesario hacia la empatía, “una suerte de magia que nos pueda hacer bailar".

Todos juntos, todos solos es el oxímoron definitivo que titula la muestra. Así transitamos la vida, así bailamos.

Eliana Madera, 2018.

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